Techland, la compañía polaca encargada de Dead Island y Call of Juarez, se estrena en la nueva generación con otro juego de zombies: Dying Light. Una narrativa más cuidada y las nuevas mecánicas jugables son los ingredientes principales de esta genial aventura de acción. Al año le estaba costando arrancar. Desde prácticamente principios de diciembre no ha habido lanzamientos de peso, y ese prometedor 2015 que todos ansiamos parecía no dar señales de vida. Pero aquí llega Techland con Dying Light para que despertemos de nuestro letargo y volvamos a los mandos con muchas ganas. Si bien su Dead Island no fue un juego sobresaliente, sí alcanzó unas ventas considerables. De hecho, Deep Silver, la editora de la primera entrega y el resto de expansiones, seguirá aprovechando la licencia, no sin antes haber pasado por ese tira y afloja en los despachos, algo tan habitual en la industria.
Pero, por encima de litigios y discusiones, sabemos que en Techland hay mucho talento, y, desde luego, sería estúpido que las ideas para un futuro Dead Island 2 se hubieran quedado en el tintero. Podríamos cerrar el análisis muy rápido catalogando a este Dying Light de una mezcla entre Mirror’s Edge y Dead Island, pero, por suerte, tiene mucho más que ofrecer. La premisa es muy similar a la de todo juego de zombies: virus extraño, plaga que se extiende, supervivientes y búsqueda de una solución. En este aspecto, la historia no va más allá de los tópicos del género, aunque su narrativa y puesta en escena está bastante más cuidada que en otros títulos similares.
Nosotros encarnamos a Kyle Crane, un protagonista totalmente genérico de aspecto atlético, del que poco a poco iremos conociendo un secreto que se presenta espaciado a lo largo de la aventura. Él es uno de tantos supervivientes que ven los días pasar en un edificio acondicionado como refugio, y como mandan los cánones de -lamentablemente- muchos sandbox, no tardarán en colgarnos el sambenito de recadero oficial. Nada más comenzar la aventura y después de un tutorial que nos enseña conceptos básicos, surcaremos la ciudad ficticia de Harran para cumplir misiones que, de primeras, no van más allá de activar interruptores, esenciales para devolver la corriente a algunos barrios. Conforme pasen las horas, descubriremos la otra parte de la ciudad, que además de servir para definir personalidades, nos marcará, por fin, un objetivo claro.
Si obviamos el desarrollo de la historia, fácil de comprender y presentada con muchos diálogos y alguna escena relevante, nos podremos centrar en lo que verdaderamente importa: las mecánicas de juego. La mayor novedad respecto a Dead Island la encontramos en su control. Dying Light es un juego mucho más ágil, que apuesta por la verticalidad que ofrece el parkour. Como en Mirror’s Edge, desde la vista en primera persona nos podremos enganchar a prácticamente cualquier saliente. Es cierto que a veces daremos saltos en falso por no contar con plataformas destacadas, pero, normalmente, cualquier cornisa es escalable (farolas y postes de luz incluidos), por lo que en unos minutos estaremos correteando por los tejados con total naturalidad. Lo que sí vamos a notar durante los primeros compases es una evidente falta de agilidad en el control. Afortunadamente, no tardaremos en mejorarla gracias a un inteligente árbol de habilidades. Dicho árbol está dividido en tres categorías:
- Supervivencia
- Agilidad
- Potencia
La primera se centra en mejoras, como la de regatear en las tiendas para conseguir buenos precios, aumentar el tamaño de nuestra mochila o crear objetos defensivos, como escudos y ganchos. Las siguientes ramas son bastante explícitas, y nos ayudarán tanto a aprender nuevos movimientos evasivos como a atacar con más contundencia. Lo más novedoso de estas dos últimas ramas es que, dependiendo de nuestro estilo de juego, (si corremos más o por el contrario buscamos el enfrentamiento), subiremos de nivel de manera independiente. Es un sistema similar al de Skyrim, y con un solo vistazo sabremos cómo nos gusta jugar.
Para obligarnos de alguna manera a que aprovechemos el parkour, Techland ha planteado unos zombies especialmente duros. Acabar con el paseante más corriente es todo un reto, y hasta que no consigamos habilidades como la de pisar cabezas, mejor que tratemos de evitarlos. Por otra parte, tenemos una gran amenaza como es la noche, que como se avisó en los trailers, es particularmente peligrosa. En Dying Light no solo debemos llevar cuidado con el ruido de nuestras acciones (que atraerá zombies del tipo corredor, uno de los más molestos), sino que el simple hecho de salir a la calle cuando cae el sol es toda una temeridad. No lo decimos exclusivamente por la nula visibilidad, sino por los Coléricos , unas criaturas que ya han perdido casi todos los rasgos humanos, hasta convertirse en una especie de licántropos capaces de correr y escalar a una velocidad imposible de predecir. De esta manera, debemos estar atentos al reloj de nuestra muñeca para saber cuándo se instaura el toque de queda forzado, lo que añade un punto de tensión que pocos juegos consiguen con tanto acierto.
Por supuesto, para combatir estas amenazas, ya sea de día o de noche, contamos con un arsenal muy similar al que ya vimos en Dead Island. Hay armas blancas de todo tipo, e incluso un palo de cricket o una simple tubería nos pueden servir para defendernos de los enemigos. También contamos con armas de fuego, muy eficientes gracias a que podemos atacar desde la distancia, pero su control es más torpe de lo que nos gustaría,Sin ciertas habilidades, acabar con el zombie más normal es todo un reto
sobre todo por la nula sensación de peso. Para mejorar las armas contamos con gran cantidad de objetos que hallaremos en armarios, cofres y demás recipientes. Podemos encontrar incluso diseños especiales que otorgan propiedades de fuego o electricidad, y lo mejor de todo es que no necesitaremos ninguna mesa de trabajo, sino que podremos gestionar nuestro inventario en cualquier momento desde el menú de configuración. De todas maneras, hay repartidos por el mapa varios refugios que nos darán momentos de tranquilidad. A veces simplemente aparecerán ahí, pero en otras ocasiones tendremos que “limpiarlos” de enemigos y activar la electricidad para poder desbloquearlos y pasar ahí la noche.
Se ha tomado también la decisión de dinamizar el cambio de armas con una nueva característica de las mismas: el límite de reparaciones. Si nos encariñamos con esa hoz eléctrica que rebana cabezas como si estuviéramos cortando un tomate, desgraciadamente, el disfrute será efímero, ya que solo la podremos reparar un número limitado de veces, que, por lo general, es muy bajo. Así, Dying Light nos invita a que probemos todo tipo de artilugios y combinaciones, para que vayamos descubriendo la ingente cantidad de formas de acabar con los muertos vivientes. Un escenario tan rico en posibilidades no solo nos anima a que pateemos al zombie de turno hasta lanzarlo al vacío, sino que también podremos tender trampas eléctricas, colocar bombas que se activan por control remoto o lo más rudimentario y a la vez divertido: clavarlos de un empujón contra un muro con pinchos.
Deambular por el escenario siempre nos trae alguna sorpresa, y Harran es una ciudad propensa para ello. Detalles como el viento, los pájaros o las tormentas convierten a sus distritos en un escenario muy vivo, que contrasta de forma radical con el ambiente de podredumbre. Contamos con una especie de sónar que detecta objetos y enemigos, una ayuda esencial en momentos de indecisión o pérdida, algo bastante habitual e intencionado en Dying Light. Es muy normal toparse con un callejón lleno de zombies, una gasolinera con provisiones en su interior o un paquete de suministros caído del cielo que se subastará a golpes contra otras bandas. Este componente aleatorio nos llevará a desviarnos de la misión principal más de lo debido, para alargar una historia que puede durarnos en torno a las 20 horas. No solo perderemos el tiempo con estas aventuras improvisadas, sino que también se han preparado misiones secundarias con recompensas muy suculentas. No se nos olvida destacar los desafíos, algunos tan reconfortantes como cortar 30 brazos en apenas minuto y medio, usando un machete más afilado que la mejor de las katanas. Juego tenso, pero también muy divertido
Lo mejor de Dying Light es esa combinación de elementos que, sin funcionar de manera brillante, nos regala situaciones realmente divertidas. La física de los enemigos da lugar a momentos tan absurdos que llegaremos a reírnos a carcajadas. Por ejemplo, existe un tipo de enemigo que lleva una bombona de gas en la espalda. Si la golpeamos, veremos cómo comenzará a volar tomando una dirección aleatoria hasta explotar y dejar una nube de sangre. Si da la casualidad e impacta contra otra botella llena de gas, contemplaremos un bonito espectáculo de fuego y vísceras en el que nosotros solo hemos intervenido con un simple golpe. Lo mejor de todo esto es que podemos experimentar todo esto en cooperativo online con 3 amigos más, y desde aquí, os aseguramos que es una de las experiencias más gratificantes de esta generación.
Dentro de la opción de jugarlo en compañía, que comprende todo el modo historia salvo la última misión (solo es posible realizarla de manera individual), se ha incluido un modo llamado “Be the Zombie”. Como imagináis, un quinto humano hará las veces de infectado, y tratará de amargar todavía más la existencia a los supervivientes. Estas invasiones son similares a las de Dark Souls, tan aleatorias como molestas, y suponen un punto más de tensión a añadir a la incomodidad de la noche. Todavía se dan fallos de sincronización y no existen penalizaciones para los jugadores que abandonan cuando están a punto de perder, pero, con el tiempo, esperamos que Techland pula esta opción. Nos ha parecido tan divertida y original que no contemplamos otra manera de jugar a Dying Light si no es en compañía con nuestros amigos y ese miedo latente ante una posible invasión.
Uno de los mayores problemas de Dying Light, además de flojear en determinados aspectos como la inteligencia artificial de los enemigos, es su apartado técnico. Tiene altibajos desconcertantes, ya que en unos segundos podemos pasar de un paisaje lleno de partículas, una gran iluminación y varios enemigos siendo desmembrados, a una escena donde hay texturas que todavía no han cargado y apenas se mantienen los 20 fotogramas por segundo. La distancia de visionado es notable (aunque poco definida), y los objetos cuentan con una escala correcta y un gran modelado. Existe también un contraste curioso entre infectados y aliados. Estos últimos no cuentan con modelados tan bien trabajados como los zombies, y algunas animaciones son algo deficientes. En general, Dying Light es un juego que ejemplifica muy bien lo que esperamos de la nueva generación, pero no está todo lo bien optimizado que desearíamos, y esperamos que al menos en la versión de PlayStation 4 que hemos probado se corrijan todos estos errores puntuales.
La banda sonora no destaca especialmente. Toca géneros como la electrónica, poco habitual en un título de este estilo, y aunque no consigue sobresalir, sí acompaña sin desentonar. De todas maneras, en el apartado sonoro debemos destacar un buen doblaje y, sobre todo, los efectos, desde el alarido de un zombie que nos hace levantar la mirada buscando su procedencia hasta uno muy curioso: los sollozos pidiendo clemencia del enemigo mientras lo golpeas, en un extraño momento de lucidez. Dying Light, pese a que no busque ser un juego de terror puro, tiene grandes momentos de tensión ayudados por un genial apartado sonoro, donde los efectos son los auténticos protagonistas. 8La nueva obra de Techland no brilla en ninguno de sus apartados, pero sí sabe ser tremendamente divertida, que es, al fin y al cabo, lo que importa. Dying Light es ese tipo de juego ambicioso que intenta que todo funcione a la perfección sin prestar atención a nada en concreto. De hecho, comete errores muy parecidos a los de Dead Island, pero, por otro lado, la mejora en el control y el abanico de posibilidades que ofrecen sus mecánicas dan lugar a un juego muy disfrutable, donde el cooperativo vuelve a ser clave para exprimir todo su potencial.
Zombies, armas blancas, armas de fuego, explosiones y mucha, mucha sangre. Esta mezcla de elementos no buscan revolucionar el mercado, pero sí se han combinado con acierto para crear situaciones de todo tipo, donde a veces ni siquiera seremos los protagonistas. Así que si os gusta el género y además tenéis amigos con los que emprender la aventura, no lo dudéis. Dying Light es un buen motivo para sacar la cartera y estrenar el año con una de las experiencias que más he disfrutado de esta generación. * Muy divertido, sobre todo jugado en cooperativo * Parkour muy bien implementado * Sensación de progreso gracias a un árbol de habilidades bien ideado * Físicas ideales para experimentar con los zombis * Historia floja, solo mejora en el tramo final * De nuevo eres el recadero, un mal endémico del género * Altibajos en el apartado técnico, a veces brillante y otras mal optimizado
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