El calor azul es una gran estrategia de marketing, pero su desempeño energético es terrible. Consumen mucha más energía que otras alternativas y lo tratan de vender ocultando su realidad: son meros radiadores de aceite, no "emisores" de calor gracias a "un fluido de la NASA".
Ahora que en el hemisferio norte se va acercando el invierno, es posible que un año más volvamos a ver campañas de marketing, dípticos, trípticos y comerciales al asalto de nuevos clientes (y por ende, comisiones) que promocionen una de las mayores genialidades de naming de los últimos tiempos: el calor azul. Una buena campaña de marketing sería capaz de vendernos hasta bikinis utilizando modelos octogenarias, incluso en plena nevada. Eso es exactamente lo que han hecho con el calor azul.
Seamos francos: si un comercial viene a casa a vendernos un "radiador eléctrico de aceite", seguramente nos despediríamos de él bien pronto. Pero si viene a ofrecernos introducir el "calor azul" en nuestro hogar, como mínimo estaremos intrigados. "Calor azul" suena bien, suena genial, de hecho. Da la impresión incluso de ser algo ecológico y hogareño. Y hasta logran venderse con el argumento de que "ahorran". Pero no. Lo único cierto de todo eso es que son una genialidad del marketing. Fin.
Los aparatos de calor azul funcionan de la misma forma que los secadores de pelo, las estufas eléctricas convencionales, las tostadoras o las mantas eléctricas: gracias al Efecto Joule. Son estructuras metálicas con una resistencia en su interior que se calientan por el paso de la electricidad, que a su vez calienta un fluido que conduzca bien el calor. En este caso, aceite que circula en el interior de una carcasa de aluminio.
Desmontado el marketing, vamos con lo siguiente: eficiencia y rendimiento.
Instalar calor azul en un hogar es relativamente barato, sobre todo comparado con otros tipos de calefacción. No requiere de obras, sólo hay que acoplar a la pared los radiadores y conectarlos a la toma eléctrica. Así que el gasto inicial no es muy elevado. Pero en términos de eficiencia, el calor azul es la peor opción. Como explican en Área 15, instalaciones más caras como las de gas se rentabilizan en seis años gracias al menor coste mensual por la calefacción.
El rendimiento aproximado de los radiadores de calor azul es del 100 %. Por cada W (térmico) de calor que genera, consume otro W (eléctrico). Muy lejos de la eficiencia que ofrecen alternativas como las bombas de calor, que alcanza aproximadamente el 360 %: por cada W de calor generado, consume únicamente 0,28 W. De hecho están en el límite de lo que se considera clase A en cuanto a eficiencia (COP>3.6).
Llevado a los números reales y domésticos: el calor azul, para generar el mismo calor que una bomba de ídem, consumirá 3.6 veces más energía. Y por tanto, nos costará 3.6 veces más en la factura eléctrica. Tampoco sale mejor parado frente a pellets, biomasa, gas natural, gasóleo o butano.
Un punto del argumentario comercial sobre el calor azul dice que se basa en un fluido especial que aguanta mucho mejor el calor. Pero la física básica dice que la conductividad térmica es bidireccional: si un material tarda mucho en enfriarse es que también tarda mucho en calentarse, así que lo comido por lo servido. Y de todas formas, el "fluido ideal" para un radiador así no es el que retiene el calor, sino el que lo libera pronto. En este caso, al metal, que es quien propaga ese calor por la habitación.
Una pérdida de eficiencia brutal, un derroche de energía enmascarado con un movimiento brillante de marketing: el nombre "calor azul". Y radiadores relativamente elegante y discretos, a los que además llaman "emisores", cuando son radiadores. Pero no son nada sostenibles energéticamente y salen caros, muy caros. Si no tienes problemas económicos y no te importa lo más mínimo el medio ambiente ni que te vendan metáforas y medias verdades, adelante, el calor azul es para ti.
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